Once del diez...
Despierto, mis piernas temblorosas y mis ojos deslumbrados me traen el presagio de que algo no ha ido bien. Me intento levantar, no lo consigo, caigo en esa tierra áspera que me aprieta la piel; me desmayo.
Despierto por segunda vez, en esta ocasión mis piernas han parado, la oscuridad de aquel pasado atardecer por fin me deja entender. Me levanto, mi cabeza no consigue entender qué pudo ocurrir. Recuerdo; ráfaga de aire. Caigo por segunda vez, esta vez no pierdo la consciencia, pero siento que mis ojos no vuelven a ver.
Vuelvo a despertar, ya más descansado y menos deslumbrado que la última vez. Esta vez consigo caminar, aunque mi cabeza da tumbos al igual, consigo percibir una playa cristalina y en el otro lado un bosque frondoso de verdes hayedos y unos cuantos frutales. Corro, me dirijo a la playa, lavarme las heridas con agua salada sé que va a doler, pero esa fea hendidura sangrienta de mi muslo necesita limpieza ¡Quién sabe! A lo mejor necesito correr.
Sé que es media mañana, el sol me lo señala, recuerdo a una hermosa mujer, pero logro entender que recordar no me viene nada bien, ya que necesito fuego para poder ver.
Ya he salido de la playa, busco palos, hierba seca y un par de piedras para poder encender un fuego que caliente mis piernas y calme mi sed. Pasa mucho tiempo, pero logro prender ese esperado fuego que me deje ver. Acomodo el fuego y veo atardecer, me quedo ensimismado y una vez más consigo recordar, eso que, aunque no logro entender me daña la piel.
Otra vez aquella hermosa mujer sin igual, pero esta vez en un atardecer. La miro a los ojos, verdes como las hierbas al principio de aquella primavera qué ya mas no pude ver.
¡Clara! Mira esa playa... Ese bosque y sus hayas... Los puedes ver... Te dije que este viaje en globo te iba a enseñar a ver este mundo de imparables que no nos dejan ver.
SÍ, CARIÑO, YA LOGRO VER
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